Semblanza a Nuestro Jefe Por: Raúl Dirantes (hijo) 10 de Marzo del 2015 Le decía a David que mi papá ya nos traía a los ocho adentro. En su médula ósea. En el corazón. En el meñique. Estamos aquí gracias a él y a mi madre. Y somos gracias también a sus nalgadas, a sus canciones, a sus enojos, a sus oraciones. Nadie oraba tan bonito, tan espontáneamente, como él. Para orar con espontaneidad hay que ser vital. Haber cruzado por todo tipo de terrenos. Y eso era mi papá: un señor que anduvo en barrancos, en valles y en cumbres. Arriba y abajo. Pero siempre regresando a él. (Ver más...)

No lo atrapábamos. A veces creíamos haberlo atrapado y se nos escapaba por un costado. Porque era inquieto. Vital.

Qué bueno que con el paso del tiempo empezamos a llamarle "jefe". Nuestro jefe. Esa fue nuestra manera de acercarnos a él y pasar de cualquier confrontación al cariño más abierto.

¡Cuánto te queremos, Jefe! ¡Y ya no sé si te queremos más nosotros o tus nietos!

Yo no dejo de celebrar mis días. En otras palabras, celebro en actos cotidianos mi paso por la vida. Cuando cocino. Cuando enseño el uso de los pronombres. Cuando se me ocurre escribir una anécdota. Ahora veo que en cada uno de esos actos te celebro a ti y a mi madre. Gracias.

Hablamos mucho por teléfono. Tú desde Tequis, yo desde este Chicago frío. A veces me preguntabas con quién estás. Yo te respondía que estaba solo en mi apartamento. Y al punto me corregías. "No estás solo, hijo. Estás con Dios". Y era verdad, pues apenas colgaba, veía por la ventana el sol o una rama que florecía.

Hoy me asomo por la ventana. Hay un sol tenue y parece que ya llega la primavera. Veo la calle, la msima calle, y estoy triste. Eso no te lo puedo negar.  

Este martes nos dueles hasta la médula. Hasta el meñique.

Florecerá la luz. Ya floreces jefe. Ya floreces papá.