LEYENDAS

La leyenda de la hacienda de San Nicolás


Por: Oscar García Martínez Una mañana del año 1746, doña Aurora cocinaba en la inmensa cocina de su Hacienda de San Nicolás, cercana al pueblo de Tequisquiapan. Los vapores del caldo que cocinaba le hacían sudar su blanquecino y pálido rostro –que recordaba glorias pasadas- y sin sentirlo siquiera su pensamiento se fue en retrospectiva hacia aquél a quien tanto había amado. De pronto volvió a sentir sus brazos rodeándola por el talle. Eran aquellos mismos y musculosos brazos de su enamorado amante, -muerto en la horca por la santa inquisición debido a ese prohibido amor-, con quien había vivido los años más apasionados de su lejana juventud. Recordó y añoró en cada poro de su piel, las caricias de esos brazos que una vez la habían hecho vibrar y sentir correr la vida por sus venas. Cuenta la leyenda que después de la muerte de su amado se había refugiado en su vieja Hacienda, olvidando al mundo y dejándose olvidar por él. Las paredes de aquella fortaleza habíanse enmohecido, al igual que su piel y su alma; aquellas por el tiempo y la humedad, éstas por la tristeza y la melancolía. Se cuenta que esta solitaria dama murió en su querida Hacienda en la peor de las soledades, en compañía solo de sus criados y de unos cuantos perros. Pasaron los años, las décadas... las centurias. Los lugareños aseguran que ahora en esa olvidada Hacienda vaga el alma de doña Aurora; y que en las noches frías, cuando el viento sopla con fuerza entre los huecos de sus paredes, se escucha su voz gritar el nombre de su amado: Luiiiiiiiiiisssssssssss!. Y dicen también que las parejas que llegan a entrar en esa vieja casona ansiosos de saciar su amor quedan atrapados para siempre en un pacto prohibido, como aquel que unió a estos dos amantes. ...Aquella mañana de un día cualquiera, del año 2003 (¡después de casi tres siglos!), la pareja de extranjeros entró a las ruinas de la Hacienda, guiados por un común y secreto acuerdo; la necesidad de estar solos. Atrapados en una pasión avasalladora, no alcanzan a notar que tras los agujeros de las gastadas y altas paredes son observados por unos ojos de anciana. La maldición, según la leyenda es inevitable... el pacto es prohibido.